A Diego se le fue de las manos y no pudo más con su genio...
"Lo hice con la mano porque nunca iba a llegar con la cabeza", dijo Maradona en su rol de conductor de televisión al confesar su verdad respecto del famoso gol contra los ingleses en el Mundial de México el 22 de junio de 1986.
Y uno se pregunta,entonces ¿en qué cabeza cabe?
Pero también uno se pregunta: ¿y quién le pidió al ex diez, que no usó la cabeza para el gol pero sí metió la mano que abra ahora la boca?
Los Reyes Magos son los padres, nos dijo Diego Maradona quizás cumpliendo alguna claúsula secreta de su contrato televisivo.
Si, está bien, queda muy lindo decir: "el que le roba a un ladrón tiene cien años de perdón", como él mismo ex diez dijo después...
¿Pero a quién le robó? ¿A Margaret Thatcher? ¿Al Príncipe Carlos? Y no... le robó a gente como nosotros, pero que nacieron, se criaron y son de allá. Ni siquiera a los kelpers
Porque ahora nos robó también a nosotros, argentinas y argentinos, cierta ilusión de
Ya sé, no hace falta que me digan que la legalidad está construida desde el poder y, por lo tanto, es una manifestación más del imperialismo. Porque yo mismo lo digo.
Pero creo que hablamos de fútbol y no de lucha de clases.
Y hablamos de fútbol en una Argentina que en 1986 estaba
La Argentina del Punto Final
En síntesis: cuando me enteré de la confesión del ex diez recordé al instante una canción de Joaquín Sabina.
Si, esa misma... "Mentiras piadosas"...
Cuando le dije que la pasión por definición no puede durar
como iba yo a saber que ella se iba a echar a llorar.
No seas absurdo, me regañó, esa explicación nadie te la pidió
así que guardatela, me pone enferma tanta sinceridad.
Y así fue como aprendí que en historias de dos conviene a veces mentir
que ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor.
Yo le quería decir que el azar se parece al deseo
que un beso es sólo un asalto y la cama es un ring de boxeo,
que las caricias que mojan la piel y la sangre amotinan
se marchitan cuando las toca la sucia rutina.
Yo le quería decir la verdad por amarga que fuera
contarle que el universo era más ancho que sus caderas.
Le dibujaba un mundo real no una color de rosa,
pero ella prefería escuchar mentiras piadosas.
Y las caricias que mojan la piel y la sangre amotinan
se marchitan cuando las toca la sucia rutina.
Y cuando por la quinta cerveza le hablé de esa chica
que me hizo perder la cabeza estalló,
vas a callarte de una vez por favor.
Y así fue como aprendí que en historias de dos conviene a veces mentir
que ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor.
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